El señor Jean Cocteau, quien hace unos meses se propuso a sí mismo cumplir, como segundo Phileas Fogg, la vuelta al mundo en 80 días y que acaba de publicar sus impresiones en un libro encantador, descubrió una nueva pasión: quisiera vivir en China. «En China -dice- no hay pintoresco ni excentricidad. Todo tiene allí razón de ser. Es el país más clásico que hay, el más cercano a Racine. Es la Isla de Francia del mundo». Por cierto, el señor Cocteau desiste hoy con facilidad de todas sus relaciones pasadas con lo bizarro y lo extravagante. El buey sobre el techo, expresión que sofocó a los honestos lectores, es un título documental. La gran separación no es una expresión de music-hall sino un término del vocabulario psicológico. El señor Cocteau siente al fin la necesidad de agitar todas las falsas apariencias con las que antaño le gustaba cubrir su obra para mistificar a veces, para deslumbrar siempre al lector. Sin duda, la posguerra está bien terminada.
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