El embrujo de los gitanos

El embrujo de los gitanos

Como otros poetas, otros artistas, Jean Cocteau fue seducido por los gitanos. Estuvo en contacto con ellos, sobre todo en Provenza y en España. Los dibujó, los nombra en versos. El tema de la infancia robada, que la literatura ha usado y abusado desde hace cuatro siglos, lo rejuveneció. ¿Acaso los niños no tienen la tentación de ser raptados por los bohemios?

Vasto es el mundo, y nuevo, y nocturno, y perturbador.

Madres, desconfíen de las ventanas, de las puertas,

De los hijos embrujados por los que los llevan,

Y de las moradas llevadas por cuatro caballos blancos.

En sus impresiones de viaje en España, los gitanos tienen un lugar destacado:

«Ser flamenco o no ser flamenco es el gran problema español… El ritmo flamenco (bajo todas sus formas) es impar. Esta remarca es de mucha importancia. El uso de la cuerda de plomada, el ritmo par, peligrosamente adoptado por nuestra época, prueban siempre la banalidad y la muerte. Los gitanos llevan ese culto instintivo de lo impar, las mujeres al punto de no llevar más que una manga, los hombres al punto de arremangar una sola pierna de sus pantalones. Esta ciencia confusa del ritmo cojo es uno de los secretos de su increíble vitalidad. Ella se une con la de los grandes poetas, como Gongora y Lorca… El canto, la danza de los gitanos no responde del ritmo sino de una sintaxis. Es por eso que un gitano puede ser más o menos genial, pero no puede ser mediocre. Habla una lengua.»

Es a través de Alberto Puig que Cocteau conoce a los gitanos de España: «Cuando Puig se pasea en auto por Barcelona, por Madrid o por Granada, por Jerez, Cádiz o Sevilla, los gitanos salen de la sombra, lo abrazan, lo siguen y el cortejo se reencuentra en alguna trastienda donde la fiesta se organiza hasta la mañana».

El discurso de recepción de Jean Cocteau a la Academia francesa, en 1955, estuvo marcado por una alusión a sus amigos gitanos:

«Es bien el deseo de un fantasma de participar del reino de los vivos que me empujó hacia ustedes, un poco el deseo de un «de pie» por un lugar sentado y la sed de un gitano de los carromatos por un punto fijo».

Agregaba: «¿A quién le dejan entonces sentarse a su mesa? Un hombre sin marco, sin papeles, sin paradero. Es decir que a un apátrida ustedes le dan un documento de identidad; a un vagabundo, un paradero; a un fantasma, un contorno; a un inculto, un escudo del diccionario; un sillón a un fatigado; a una mano que todo desarma, una espada.»

Ahora bien, sobre esta espada, los diarios contaron que su punta de metal había sido forjada en Toledo por el artesano que realizó las armas del torero Manolete y entregada al académico por los gitanos de Sevilla.

A los gitanos Jean Cocteau no se contentó con cantarlos en versos o describirlos en prosa. Más de una vez, intervino en su favor de manera práctica. Su testimonio por un guitarrista gitano, Manita de Plata, cuya música había sido grabada sin que lo supiera su autor, ayudó a hacer conocer sus derechos y a que obtuviera su justa indemnización. Durante el proceso, el abogado del gitano leyó una carta del poeta a su cliente: «El disco no se parece a esas conservas de belleza que se nos libra en el celofán. Es directo y puro como el estilo flamenco y he ahí la belleza atrapada».

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Laura Valeria Cozzo

Licenciada y Profesora en Letras y próximamente en Artes (UBA) y Traductora en Francés (IES en Lenguas Vivas J. R. Fernández). Lee, escribe, traduce.

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