Admiradores de este agradable y tan curioso diletante se habían comprometido a introducir entre nosotros su última obra que hizo, el año pasado, algo de ruido: «Orfeo, tragedia en un acto y un intervalo».
Ahora bien, ellos estuvieron más diletantes aún, como si aún fuera posible, que el mismo Jean Cocteau: sabiendo hacer aplaudir esta tragedia en charada -dos sílabas y un todo- con la evocación inesperada de la fantasía y el cine, por el público más profesionalmente clásico (pero también el más literariamente iluminado) de «nuestra vieja ciudad universitaria».
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