El ángel de la belleza en desequilibrio

El ángel de la belleza en desequilibrio

Es imposible imaginar dos hombres más disímiles que Max Jacob y Guillaume Apollinaire.

El único parecido que les encuentro en esa herida en forma de estrella con la que la guerra del 14 consagró jefe a Apollinaire y esa estrella amarilla con la que la guerra del 40 marca el pecho de Max Jacob. Pero lo que emparenta a estos dos poetas tan extraños en apariencia, lo que los amalgama en cierto sentido en mi corazón, lo que los suelda profundamente, es su genio y la persona de Picasso de izquierda a derecha del que se los pinte- Es una lástima que algún Aduanero no baje del cielo y represente a este trío, parecido a ese de las tres fuerzas que se combinan para figurar cualquier cosa, que la ciencia constata sin comprenderlo desde Heráclito hasta Einstein y que simbolizan al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.

El padre sería Picasso, el hijo Max y el Espíritu Santo, Guillaume, bajo el signo de una paloma blanco.

Max vivía al margen de un mundo donde él se confundían, se embrollaban, se lastimaban con cada punta. Su sutiliza ingenua y altiva no tenía nada que ver con la que exige el comercio de los hombres y las leyendas ridículas que nos recubren. Max poseía la agilidad de los actos del sueño. Se parecía al durmiente que sueña que vuela, despertándose sobresaltado y golpéandose contra un mueble. Su impericia de vivir lo empuja a niñerías. Los toma por el colmo de la destreza y nada era más divertido que su monóculo que le hacía decir: «Parezco un Rothschild, y la gente que me preguntan dónde vio la calle Gabrielle por la avenida Gabriel».

Nada es más extraño que la gravedad que lo afectaba y contradecía su ojo admirable de liebre, la suprema elegancia de su tinta o de sus palabras. Todo parecía grosero en comparación con sus textos porque evita la pendiente que lleva al efecto, la anécdota, la música del verbo y las caídas que atraen los aplausos. Se expresa en el encuentro de lo que encanta y lo que empuja a las musicografías a balancear la cabeza en condiciones. Renguea como la belleza renguea, porque la belleza no sabría nacer más que de un desequilibrio y evita el equilibro, el cual engendra la muerte.

Incluso en las prosas que siguen, reconocerán este paso del ángel que renguea tras su lucha con Jacob, esa manera de luchar consigo mismo rodeado de un huracán de plumas y de ser Jacob y el ángel juntos, después de todo.

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Laura Valeria Cozzo

Licenciada y Profesora en Letras y próximamente en Artes (UBA) y Traductora en Francés (IES en Lenguas Vivas J. R. Fernández). Lee, escribe, traduce.

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